Puede que “financiación de la proliferación de armas de destrucción masiva” sea un término que, al ser mencionado en una conversación regular, tenga una connotación extraña, alejada y, si se quiere, ajena para un país como Colombia. Muy probablemente, lo primero que se nos vendrá a la mente al escucharlo sean aquellas imágenes que nos enseñaban en tempranas épocas de nuestra educación en donde se ilustraba la crueldad de la guerra, pero no cualquiera, sino una de gran escala.
Hitos históricos como las dos guerras mundiales, los con‑flictos de Irak, Vietnam, Afganistán, los países Balcánicos, entro otras, podrían ser escenarios propicios en donde se usen este tipo de armas. Pese a lo anterior, el término no debería ser tan extraño, la historia de la humanidad revela que es más común de lo que se pensaría.
Si analizamos las armas nucleares, por ejemplo, contamos con el lamentable antecedente de “Fat Man” y “Little Boy” bombas que respectivamente fueron lanzadas sobre las ciudades Iroshima Y Nagasaki; momento que dividió la historia en dos ya que fue a partir de ahí en donde la ciencia avanzó más en cuanto a la fusión atómica.
Por otro lado, en cuanto a las armas químicas, las situaciones en donde se usaron también son bastantes, algunas de las más recientes ocurrieron en Japón en 1995 y en USA en 1993, en donde se utilizaron artefactos explosivos contaminados con gas sarín y cianuro.
Finalmente, las armas biológicas no son la excepción, pues el virus de la viruela, tan común en nuestra época, fue usado por el ejército británico en contra de nativos estadounidenses como arma en el lapso comprendido entre 1754- 1767, igualmente esporas de B. anthracis (ántrax) también fue utilizado en la misma forma.